Thursday, July 05, 2007

España - Pt. 1: Ruta Culinaria


Ya estamos de vuelta en Dublín luego de unas vacaciones por la soleada Península Ibérica. Catalogados durante mucho tiempo, junto a Portugal y Grecia, como la Cenicienta de Europa, en España, se nota, la gente vive bien, y como en los países árabes el Islam manda en sus vidas, en España, lo que manda es la comida, la siesta, el sol, los cubatas y el bar. Por eso a todos los españoles se les hace muy difícil vivir en lugares más fríos como Irlanda. La gran mayoría sólo puede aguantar una temporada, porque les hace mucha falta el calor, la comida de la madre, el tomate y el vaso medio lleno de whisky. La gente del sur es más extrovertida y abierta. La del norte, con mucha personalidad. En el Centro, injustamente etiquetados como fachas.

Como lo habíamos proyectado, el viaje se perfiló derecho y sin descarrilarse por una ruta gastronómica-cultural. Unos meses atrás les había dicho que a Italia no tenían con que darle dentro de la esfera histórica y cultural, y especialmente en la arquitectura. Lo sigo pensando y no me cabe duda alguna, pero esta cuarta o quinta visita por tierras de colonizadores y toreros me dio la chapa para afirmarles que a España no tienen con que darle en lo que se manifiesta con el comer y beber bien, también por su fiesta y la onda no-me-toques-los-cojones que lleva la gente.

No sólo nos dimos un montón de gustos sino que también aprovechamos para reencontrarnos con amigos que conocimos hace un par de años en Dublín y Menorca, y que hace mucho tiempo no veíamos. No existe otra manera de viajar, recorrer una ciudad de visitante bajo la tutela de un local no tiene precio. En Madrid nos llevaron a tapear Nacho y Julia; en Granada nos tomamos unas cañas con Juan; en Huelva y Sevilla Carmelo se portó once puntos. La única ciudad donde no tuvimos la suerte de compartirla con algún colega fue Córdoba, no obstante sólo por algunas horas.

Habíamos planeado un par de rutas antes de salir de casa pero lo único que habíamos reservado desde Dublín fueron las entradas para la Alhambra el día 29 de junio y el hostal en esa misma ciudad. Todo lo demás lo dejamos abierto para poder movernos con libertad.

Para eso alquilamos un coche desde Barajas, Madrid y con él nos movimos durante todo el viaje. Primero nos dejaron un Citroen C2 diesel, pero éste se nos paró en el medio de la autopista por un fallo en el tanque de nafta a unos ochenta kilómetros de Granada. Los camiones pasaban a centímetros del coche y mientras trataba de empujarlo con una mano, con la otra trataba de hacernos ver para que los coches bajaran la velocidad. Vicky maniobraba hacia la banquina y escuchaba los alaridos que pegaba desde la cola del auto: A LA DERECHA, ENDEREZA, RECTO. Esperamos un par de horas bajo el tremendo calor hasta que finalmente y casi al mismo tiempo llegaron al rescate una grúa y un taxi que nos dejó en el aeropuerto de Granada donde nos cambiaron el auto por uno de la misma escudería, pero un modelo mejor con caja de cambios automática. La joda nos quitó unas horas pero por suerte no nos pasó nada.


Ruta Gastronómica

Ya que el viaje se consumó por tierras Españolas, me es imposible no simpatizar por el sentimiento separatista que abunda en las comunidades autónomas del País Vasco y Catalunya e incluirlas dentro del mismo territorio, mejor empezar por su capital y primera parada del viaje: Madrid.

Recorrimos el centro histórico de la ciudad de la mano de Nacho, un gran amigo que conocí en Dublín y que se mueve y conoce como nadie la Madrid de bares, garitos y tapeo. Apenas entrar a la Plaza Mayor paramos en un barcito andaluz para tomar la primera caña (vasito de cerveza que cuesta entre un y dos euros) del viaje. Con las cervezas nos pusieron una tacita de gazpacho: una sopa de tomate fría con cebolla y pimientos picados. Cabe aclarar que lo único que tenes que pagar es la cerveza, el resto corre por cuenta del bar.

Salimos a recorrer el centro histórico parando estratégicamente en algún barcito para refrescarnos con una caña y degustar de alguna tapa. Cerca del Palacio Real nos pusieron unas tostadas con tomate frito, ajo y pimientos, y una loncha de queso semi-curado. Pasamos por la Catedral, los Jardines de Sabatini, algunas plazas típicas y luego paramos en una cueva muy cerca del Kilómetro Cero y Puerta del Sol donde nos bajamos una jarra de sangría y una cerveza Mahou para que Vic la pruebe.

A las diez de la noche salimos para La Prosperidad, su barrio, donde a pocas cuadras de su casa el bar Atenas nos esperaba para cenar unas raciones. Cuatro botellines de cerveza alcanzaron para que nos pongan un plato de jamón serrano y pan. Pedimos unas raciones (unos platos más grandes) de rabas, otra de revuelto de huevo, papas y jamón serrano frito, y una de patatas bravas, a base de una salsa bastante picante. Un par de botellines más y ya hechos nos fuimos a una terraza llena de gente para la última copa de la noche.

A la mañana siguiente nos levantamos muy mal, pero eso no nos quitó las ganas de seguir probando todo los que nos pusieran delante de los ojos. Recorrimos a los tumbos el museo del Prado, Cibeles y la Puerta de Alcalá y a las cuatro de la tarde nos juntamos a almorzar en el restaurant donde labura Nacho como cocinero. El Chef Ejecutivo del local es muy amigo de Nacho así que estuvimos muy bien atendidos. El lugar tiene muchísima categoría y está apadrinado, también lleva su nombre, por uno de los chefs más importantes del mundo: el catalán Sergi Arola, discípulo de Ferran Adriá: uno de los padres de la cocina molecular y hoy día considerado como el mejor Chef del mundo.

De entrada nos trajeron un plato de paté de foie con tostadas y lonjas de matambre italiano, y una ensalada de rúcula y mango. Como plato principal nos pusieron unas pizzas bien finitas y ovaladas, una con rabas y rúcula y otra de jamón ibérico. De postre mousse de chocolate blanco y frambuesas. Vicky se sentía un poco mal del estómago así que se tuvo que contentar con algo más sano, el chef le trajo una pechuga de pollo fileteada con manzana cortada en dados.

Después de dormir la siesta tomamos unas cañas con la madre de Nacho y su hermano en el patio de la casa. Cenamos en un barcito vasco donde nos pusieron una cazuela de saquitos de gorgonzola, solomillo a la plancha con cebollas acarameladas, canelones rellenos con una salsa marinera y una media croqueta de queso sobre una tostada con oliva.

Desde que empecé a cultivar mis conocimientos sobre España más allá de lo ordinario que había mamado en la escuela, es decir, colonizadores y genocidas, el toro y el flamenco, el jamón y la sangría, conocer españoles al mejor estilo periodismo gonzo me brindó la oportunidad de estar al tanto de su cultura, sus gustos, su gente, sus historias y sus diferencias políticas. Y en el único punto donde pareciera que todos se ponen totalmente de acuerdo es que en Granada, al sur de España, es la ciudad donde mejores tapas te ponen.

Granda nos confirmó lo que nos parecía una utópica unidad. Luego de recorrer el centro y el barrio árabe del Albaicín, paramos en un bar de la calle Elvira a tomar nuestra primera caña. La cerveza, Cruz Campo, y la tapa, unos montaditos (sándwiches) de jamón y queso con papas fritas, la cuenta, tres euros a razón de uno y medio la cerveza.

Seguimos recorriendo la ciudad antigua, y tras preguntar por la calle donde podíamos disfrutar de tan suculenta oferta, nos recomendaron enfilar hacia los barrios cerca de las Universidades. Una de las razones por la cual Granada es tan generosa con sus tapas es porque es una ciudad de estudiantes. La ciudad está llena de universidades y estudiantes extranjeros de Erasmus, y como la regla general en el estudiante es no tener un mango, es por eso que ponen tremendos platos con las bebidas.

Y ahí encontramos un garito con terraza, lleno de granadinos, donde nos dieron un menú para que elijamos que tapas queríamos que nos pongan. Una práctica que solo ocurre en Granada, ya que en todos los lugares ellos mismos te ponen lo que quieren. Pedimos dos tubos de cerveza y una tapa de pincho moruno (magro de cerdo condimentado con especias y un poco de chorizo) y otra de solomillo con patatas fritas.

Luego de recorrer durante toda la mañana siguiente la Alhambra y sus jardines bajamos al centro para almorzar. Encontramos un bar cerca de la Catedral, nos sentamos en la barra y pedimos dos coca colas. Con eso nos pusieron dos luminas (pescado frito) y aparte pedimos una tapa de paella y otra de ensaladilla rusa. Las tapas eran unos platos que en otras partes de España te los venden como raciones. De todas maneras no fue de las mejores comidas del viaje. El pescado tenía muchas espinas y la paella estaba un poco seca.

Antes de partir disfrutamos de una buena charla y una caña con Juan, un amigo que conocí laburando en el infierno de Menorca. Dejamos Granada sabiendo que lo que nos esperaría del viaje no sería lo mismo. De todas maneras la oferta gastronómica dentro de Andalucía nos dejaba a los dos muy tranquilos.

Subimos hacia Córdoba, antigua capital del Califato de Córdoba que gobernó casi toda la península ibérica siendo la ciudad más grande en la Edad Media. Unos cuarenta y cinco grados marcaba el termómetro del auto cuando llegamos. Los turistas eran los únicos que caminaban por la ciudad antigua. Llegamos a medio día y caminamos un rato por el centro hasta encontrar el restaurant que nos habían recomendado. Éste servía en una de las clásicas vistas de Córdoba: los patios andaluces.

El menú muy simple, atiborrado de especialidades cordobesas. Nos quedamos con unas raciones de tortilla de patatas, gambas fritas y flamenquines (delicatessen cordobesa a base de un rollo de carne marinado envuelto en jamón ibérico y servido con papas fritas) El patio estaba cubierto por una lona y unos ventiladores nos refrescaban.

Recorrimos la Mezquita, el barrio de la Judería, el antiguo puente Romano y nos perdimos por las callecitas del casco antiguo. Averiguamos precios en una charcutería de la Plaza de las Correderas pero todavía nos quedaban unos días así que decidimos comprar todo en Sevilla.

Salimos hacia Huelva ese mismo día, ciudad que limita con el Algarve Portugués. Carmelo nos esperaba en su casa de playa. Con un look mediterráneo moderno, pelo largo y gafas se bajó de un Alfa Romeo colorado. Luego de un paréntesis de casi dos años sin vernos y de mandarnos uno que otro mail nos recibió con la mejor onda posible. Carmelo es otro colega de Dublín, pero apadrinado bajo el ala de Vicky.

Luego de conversar tranquilamente durante un rato en la playa en pleno atardecer nos levantamos y nos fuimos para el centro del pueblo. La peatonal estaba colmada de gente y los garitos totalmente llenos. Encontramos una mesa libre en uno que estaba especialmente lleno y nos acomodamos en las sillas hasta que Carmelo vino con las primeras cañas. Unas raciones de chocos (calamares marinados), pulpo en escabeche y una última de ensaladilla marinera nos acompañaron durante toda la cena. Volvimos a su casa y nos fuimos a dormir para disfrutar de la playa el día siguiente.

Almorzamos cerca del pueblo, en una cantina con la tentadora reputación de poner el arroz a la marinera más rico de la región. Ésta se diferencia de la paella valenciana por tener más caldo y porque, como bien dice el nombre, solo te ponen mariscos. Antes de pedir el arroz probamos con una entrada de coquinas (una especie de berberechos) en aceite de oliva y ajo. Después de bajarnos dos litros de agua nos volvimos a la casa para relajarnos en el jardín y ponernos al día con las postales.

Esa noche no cenamos y dormimos en el piso de Carmelo en Huelva. A la manana siguiente nos levantamos y nos fuimos para Sevilla, última parada. Reservamos un hostal muy bonito cerca del centro de la ciudad. Almorzamos en un bar a unas pocas cuadras del hostal. Una media tostada con aceite de oliva, tomate, ajo y jamón serrano para empezar, y después lo complementamos con una media ración de pulpo a la gallega y una tapa de ensaladilla rusa. Recorrimos la ciudad entera, la Plaza de Toros “La Maestranza”, la Catedral, Plaza de España y a la tardecita nos volvimos a encontrar con Carmelo, que nos esperaba en un garito tomando una caña. Dimos un pequeño paseo por la ciudad, lamentablemente los Reales Alcázares estaban cerrados.

Nos despedimos de Carmelo y del viaje cenando cerca del río Guadalquivir. Tres cocktail de camarones, una ración de chocos, cazuela de bacalao con tomate y unas gambas a la plancha que estaban exquisitas.

A la mañana siguiente nos levantamos temprano y recorrimos los quinientos kilómetros que nos separaban de Madrid en un tirón.

Lo que aprendimos de todo esto fue lo siguiente:


Nos trajimos unos siete kilos de comida repartida en las dos mochilas. El supermercado Mercadona nos abrió sus puertas y gracias a sus precios relativamente bajos llenamos un chango con alimentos básicos, pero que no son tan básicos en Dublín, como tomate frito (puré de tomate), aceite de oliva y pan rallado, y algunas, y muchas, delicatessen como: una caña de lomo de cerdo de pata negra (que no es un cerdo cualquiera, criados en grandes campos y alimentados sólo por bellotas), dos cañas de salame y chorizo Ibérico, paté La Piara y paté del también cerdo de pata negra, latas de pulpo, mejillones al escabeche, calamares y camarones y una lata de aceitunas con anchoas. Lo único que nos quedó por comprar fue el tan preciado jamón, que por distintos motivos no lo pudimos conseguir. Las compras las hicimos en Sevilla, nuestra última parada, no queríamos andar cargando el morfi por todos lados para que no se estropease y llegue malo a Irlanda.


La próxima entrega viene con nuestras impresiones culturales.