Tuesday, May 29, 2007

Caramels and Alcohol


Most of the time I struggle
with the inevitable block that impedes me to write.
So I try with poetry
because I find in there
a better way
to express myself.

Sometimes a white page doesn’t look so scary
when you fill it
with random thoughts.

I like to play with poetry.

Poetry is not about rhymes
and sonnets.
Poetry is about
soul
and truth.

Poetry is not only
about love and hate,
is about what you see and
how you feel.

It’s the ultimate trip.

I like poetry when is pure
and honest.
When it strikes me without notice,
when with its images
strolls me through
an album of sounds
and colors.

I like poetry
to be simple too.
Straight words for
immediate thoughts.
Instant messages,
Slaps in my head,
Take it or leave it,
Spontaneous enlighten,
Amateur voyeurism.

I like it when it describes
common people with
common problems and
common fears.

When it describes the skid rows
of life itself,
the margins,
the little fonts in
this capital world.

Writing poetry is for everyone,
you'll always have something
to say,
something spontaneous,
something you want to
scream your lungs
away,
something beatific
that you wanna share
with
the rest of
us.

Caramels and alcohol,
slips with the
wind,
and turns
in sweet rendezvous
the back
to
the
world.


Custom House - 22/5/07

Thursday, May 24, 2007

Tunez Dixit Vol. V


Hace poco retomé este relato y le volví a dedicar un poco más de tiempo. Acá hay otro adelanto de lo que vendrá. Espero que lo disfruten...

El viaje estaba tomando un inmediato color y se encaminaba a un gran final. Las expectativas que había llevado conmigo cuando salí de Barcelona se vieron completamente superadas. Diez días habían pasado desde que mi pasaporte había sido sellado en el aeropuerto. Todavía quedaban unos cuantos días más, y los objetivos seguían siendo los mismos, aunque el agotamiento físico me iba jugando una mala pasada. El trabajo de verano en Menorca había dejado huellas en mi espalda, la mochila se sentía un poco más pesada cada paso que daba.

El Ramadán tampoco me lo hizo más fácil. Encontrar un lugar para comer durante el día era una tarea bastante difícil de lograr. Especialmente en el Sur, recorriendo pueblos más pequeños y tradicionales bajo el despiadado sol. Todas las tiendas, y la gran mayoría de los restoranes estaban cerrados. No podía tomar agua tranquilo sin sentir el peso de la gente mirándome y acusándome con fanática intolerancia. Y no era que me la pasaba tomando cada dos por tres. Siempre trataba de escabullirme para tomar un trago y nunca caminaba con la botella en la mano. Fumaba sólo escudado bajo la sombra de un árbol o desde un punto alejado sentado sobre la hierba y mirando hacia otro lado. No quería meterme en problemas, si es que realmente existía problema alguno.

Respetar siempre el entorno y la situación que te rodea son principios que comparto y trato de cumplir cuando viajo. Cuidar del medio ambiente. Soy de los que temen con el fin del mundo en estos tiempos apocalípticos que estamos viviendo. No llegar a ver todo lo hermoso que este mundo tiene para ofrecerme es algo que no podría tolerar. Y menos si son los déspotas e imperialistas los que causan tanto daño. Si mi pequeño esfuerzo sirve para que al menos la vida misma se prolongue, entonces bienvenido sea. Estoy seguro que somos muchos los que queremos hacer de este mundo uno mejor.

Túnez me había sorprendido de la mejor manera. Nunca se me había cruzado por la cabeza antes de empezar este viaje conocer a tanta gente y moverme con la naturalidad con la que me manejé. El viaje que hice a Marruecos unos años atrás me dio la experiencia y la seguridad necesaria para moverme en un territorio con una cultura e idiosincrasia tan distinta. No sé si me hubiera mandado solo sin tener esa experiencia en la mochila.

Marruecos es más salvaje y está menos preparado para el viajero. Me transmitió una realidad más cruda y distinta a lo que fueron mis primeros viajes por Europa. Túnez goza de una política más estable y de un circuito turístico más preparado. Los vendedores no te agobian demasiado y en la calle no tenés que andar con todas las luces prendidas por temor a que te timen o te quieran sacar algo por la espalda. A diferencia de Marruecos, es muy difícil que alguien se acerque para venderte drogas ya que está totalmente prohibido. Recomiendan no aceptar nada de nadie, ya que los mismos que te venden son los que después le avisan a la policía. Y si te agarran con algo, fuiste. En las dos semanas que estuve girando sólo tres personas me ofrecieron un poco de hachís.

Marruecos fue el viaje que más me marcó hasta el día de hoy. Con su crudeza, mas el aporte de la gente que influyó directamente en mi travesía, me regaló algo más allá que la tremenda posibilidad de conocer algo tan distinto: marcó un nuevo punto de partida a lo que busco como viajero perenne. Túnez fue la confirmación de lo que quiero lograr: moverme sin ataduras y sumergirme lo más adentro de la cultura posible.

Friday, May 11, 2007

Midnight Express Tales


Tras unos tres días ininterrumpidos de viaje finalmente llegamos a Estambul. El tren nos dejó en la estación principal de la ciudad y al salir unos cuantos hombres nos esperaban ansiosos revoleando folletos ofreciendo habitaciones a bajo costo. La verdad que no teníamos ganas de discutir el precio con nadie y sobre todo yo estaba dispuesto a agarrar lo que fuera. Estábamos sucios y cansados y nos decidimos rápidamente por un bonito cuarto con aire acondicionado y desayuno incluido a sólo quince euros la noche. Nos subimos a su taxi y tras varias vueltas por el Sultanhmet deseando que nos lleve al destino pactado nos acomodamos en la habitación.

Estambul es una ciudad asombrosa. Caótica, colmada de taxis amarillos que serpentean peligrosamente las miles de arterias que se cruzan formando un laberinto difícil de sortear. Mujeres completamente vestidas de negro tapan sus caras con largos velos, dejando ver sólo sus ojos, grandes, que se pierden en una dulce y firme mirada. El contraste es muy fuerte, no es difícil caminar al lado de mujeres vestidas a la europea, mostrando orgullosas sus ombligos agujereados por aros y bolas de colores. Todo esto bajo la atenta mirada de los hombres, sorprendidos por el vertiginoso cambio cultural que su ciudad ha ido experimentando a lo largo de estos últimos años. Es realmente una urbe muy heterogénea, vendedores ambulantes venden sus anillos y collares sentados sobre alfombras de colores desgastadas al pie de una agencia de autos último modelo.

Afortunadamente no pierde su esencia y conserva todo ese encanto que hizo que fuera una parada obligada para la ruta Hippie europea de los años setenta. Antiguos bazares como el Bazar Egipcio donde venden cualquier tipo de especias, te de hierbas, medicinas milagrosas, frutas y quesos. Los dulces aromas a jengibre y azafrán te llevan por los pasadizos donde señoras y vendedores se cruzan en una frenética discusión por el precio justo. Si lo que queres es comprar alfombras trabajadas a mano, almohadones, velas, cualquier tipo de artesanía lo conseguís en el Gran Bazar, el mercado por excelencia de la ciudad antigua, donde regatear es la única manera de conseguir un buen precio. A diferencia de los países del Norte de África, los vendedores no te están todo el tiempo encima. Eso te brinda cierta tranquilidad para elegir lo que realmente te interesa y no perder el tiempo explicando por qué no te gusta lo que te obligan a comprar. Es bastante normal que durante la transacción te ofrezcan una tacita de té.

La ciudad esta dividida en dos partes por el Mar del Bósforo y conectada por varios puentes e infinidad de lanchas colectivas que por un euro te llevan a todos los pequeños puertos de la ciudad. De un lado se encuentra la parte Europea, el área del Sultanhmet, y del otro lado la parte Asiática, la periferia de la ciudad. Pasamos los primeros días explorando el lado Europeo, donde se encuentran las mayores atracciones turísticas como la Mequita Azul y la Santa Sofía.

La Santa Sofía fue naturalmente construida como una iglesia durante el Imperio Romano de Oriente. Tras la Reconquista Turca ésta se convirtió en una Mezquita para pasar a ser hoy día un museo, cobrando una surrealista entrada de quince euros. Comparado con otras atracciones y museos de las principales ciudades Europeas no es muy caro, pero por quince euros en Estambul cenas en la terraza de un excelente restaurant con vistas al Bósforo y dándole la espalda a la Mezquita Azul.

La Mezquita Azul, llamada así por el color que predomina en sus mosaicos finamente detallados a lo largo de todo su cuerpo, fue la respuesta del Sultán Hamet a la Santa Sofía, construida unos quinientos años atrás. Fue la primera vez que tuve la suerte de ingresar a una mezquita, ya que en los países árabes del Norte de África el no musulmán tiene prohibido el ingreso a ellas. Las mujeres rezan tapadas por grandes cortinas negras en la parte trasera, mientras que los hombres rezan libremente delante de sus mujeres. Están completamente alfombradas y para ingresar es obligatorio sacarte las zapatillas y las mujeres deben vestir velos que les cubran los hombros. Fue una gran sensación la de pisar descalzo por primera vez una mezquita y sentir la calidez de sus tapices.

Arquitectónicamente la ciudad es hermosa, las casas de madera están pintadas con disímiles colores formando un arco iris tridimensional, muchas de ellas inclinadas hacia un costado a punto de derrumbarse al estilo Big Fish de Tim Burton. Las calles se mecen una y otra vez, partiendo desde un callejón sin salida y saliendo por otro punto completamente abierto e iluminado por el sereno atardecer oriental. A lo lejos y a lo largo de toda la ciudad, las Mezquitas juegan con la silueta irregular de los minaretes, y se pierden con el incesante destello del Bósforo, que como un cristal proyecta sus brazos largos y azules sobre toda la costa, pintando así un gran cuadro expresionista que se graba en la retina de los que caminan orgullosos de formar parte de una misma historia.

Los cafés abundan por toda la ciudad, la gran mayoría decorados con majestuoso minimalismo, donde sólo unas alfombras sobre el piso sirven como asientos. Los camareros te pasan casi por encima, malabareando con maestría sus bandejas llenas de tacitas humeantes y terrones de azúcar.

Es un buen momento para parar y escribir postales. Fumar tabaco de manzana y terminar de leer un libro.

El Expreso de Oriente
Llama,
Late y
Se respira.

Te invade con sus olores
Y te traslada
Bajo un espesa
Bocanada de
Humo.

El lado Asiático refleja una realidad mas auténtica de la ciudad, lejos de las grandes multinacionales y las hordas de turistas luchando por conseguir una entrada para la Santa Sofía.

Cruzamos caminando el puente principal de la ciudad mientras humildes pescadores revoleaban sus frágiles cañas de madera lo más lejos posible. Niños descalzos trataban de vendernos relojes baratos contrabandeados en el mercado negro.

Caminamos un rato largo hasta que nos sentamos a comer un bocadillo en una plaza que bordeaba uno de los brazos del Bósforo, mientras tanto un grupo de niños se tiraban al mar desde unas rocas, apurándose a subir para volver a tirarse.

Recorrer el lado Asiático de la ciudad fue como sentarse a mirar detenidamente un cuadro de Jackson Pollock: detrás de todo ese violento y desordenado caos existe una meticulosa y desesperante belleza. Afirmarles que éramos los únicos viajeros por ahí es decirles la verdad. Mejor aún, un nuevo mundo se abría ante nosotros y la verdad que no lo queríamos compartir con nadie. Algo distinto: el combustible que mejor se adapta a la curiosidad del viajero.

Salirse del circuito general de una ciudad, especialmente de las ciudades consideradas exóticas por su gente, sus olores y sus costumbres, es una decisión que no todos llegan a tomar. Algunos se sienten más seguros y a gusto bajo la tutela de un guía, o simplemente el estar rodeados de otros turistas también les brinda cierta confianza.

Encontrarse caminado por lugares donde sentís que no perteneces y donde los ojos de todos se clavan en uno forma parte de una cadena mística de sensaciones que te atrapa y hace que ese combustible nunca se agote. Cruzar unas palabras con un vendedor de sandías, respetar el silencio en una Mezquita, devolverle la pelota a un niño, comprar una botella de agua, estirar las piernas en un banco. Sentirte parte del ambiente que te rodea y adoptar sus costumbres por más extrañas y arcaicas que te resulten. El más mínimo esfuerzo será totalmente recompensado con algo tan simple como una sonrisa o un saludo. Respetar, siempre.

Nos subimos a una lancha colectiva y nos dirigimos a un punto más oriental de la ciudad. Mientras más nos alejábamos del centro histórico de Estambul más nos metíamos en el corazón de la misma. Los carteles, que anteriormente te guiaban en inglés y alemán ahora pasaron a indicarnos sólo en su idioma original, orgullosos y soberbios señalizando quién sabe que cosa. La vestimenta de la gente tomó un color más conservador, saturando nuestra vista con tonos grises y oscuros. Las tapas de las botellas diseñaban un perfecto collage con papelitos, cáscaras de naranja y botellas en el suelo.

Caminamos durante buen rato, no me acuerdo, quizás fueron algunas tres o cuatro horas. El sol se hacía sentir y de a ratos descansábamos bajo la sombra de un árbol para refrescarnos o fumar un cigarrillo. Algunos vendedores aprovechaban nuestro descanso para vendernos algo.

El sol ya se empezaba a esconder y con él también la gente. Las calles nos regalaron protagonismo y el ruido de nuestros zapatos nos hizo saber que era hora de volver al hostal a recoger las mochilas.

Llegamos al Sultanhmet justo para cenar. Pedimos un plato de cordero con yogurt natural y salsa de tomate para compartir y unas cervezas para bajarlo.

El expreso de medianoche nos esperaba para llevarnos a Canakkale, próximo destino.

Pero esa es otra historia.


Foto: Estambul, Sultanhmet, Sal.