Wednesday, November 15, 2006

Tunez dixit Vol. III


El objetivo que me había planteado antes de llegar al Sahara era de pasar al menos tres noches y tratar de meterme lo más adentro posible. Siempre soñé con la imagen de estar rodeado por miles de kilómetros de doradas dunas con la sola compañía del imperturbable horizonte y el cielo estrellado como guía. Y dormir en la noche abierta con una manta como abrigo y una mochila como almohada.

Lamentablemente la temporada no era la ideal para un recorrido de tantos días. El calor del verano y el mes de Ramadán no lo hicieron posible. El guía que me llevaría no tendría las suficientes fuerzas para una caminata tan larga bajo el sol por no poder beber agua. Eso me desilusionó un poco, pero no me quedó otra que hacer la excursión de un sólo día.

Me apunté en la agencia que más garantías me ofreció. La idea romántica de conocer a un beduino y ofrecerle un poco de dinero y comida a cambio de una larga caminata no fue posible. No sabes con quien te podes cruzar en el camino y no sé lo que hubiera hecho si me dejaran tirado en medio del desierto. Probablemente terminaría sirviendo como banquete ideal para cuervos y coyotes.

Dejé la mochila en la agencia y en la de mano llevé lo necesario: la cámara de fotos, un cuaderno, libro y cepillo de dientes. La excursión incluía cena y dos litros de agua, pero por las dudas compré otras dos botellas. A las tres de la tarde pasó por la puerta de la agencia el taxi que me dejaría al pie del desierto. Rodeamos un pequeño oasis y a lo lejos, atravesando un gran arco, el Sahara se abría imponente, dorado y amenazante. El taxi entró por el arco y desde la ventanilla contemplé a mi montura sentada sobre la fina arena. El beduino cargaba unas cajas sobre el lomo del camello.

- Bon voyage…, me dijo el taxista y levantando una nube de polvo se fue por el mismo camino que atravesamos.

Bon voyage. Buen viaje Andrés. Estaba solo, a la buena de un beduino y con todos mis temores y expectativas que formaban un cocktail un poco adulterado.

Las primeras impresiones siempre son las erróneas, así que me tranquilicé y respirando hondo contemplé con un poco más de tranquilidad el paisaje que se abría ante mí. La absoluta paz y tranquilidad del desierto me rodeaba. Solo interrumpida por algunas ráfagas de un viento que soplaba fuerte y que se hacía sentir.

El Sahara tiene el poder de plantarse ante uno y decir acá mando yo. Atravesame si tenes cojones, pero no me pidas que te cuide y te indique el camino. Algo que nunca pude distinguir con el Mar. El mar es vengativo y cuando se enoja su poder es de proporciones bíblicas. Pero el Sahara, como un gran jugador de ajedrez, juega con tu cabeza. Sin que puedas darte cuenta te cambia el sentido del camino, y suavemente te abandona sin posibilidad alguna de llegar a tierra firme. Su única debilidad son los oasis, pero muchos de éstos son el producto de la desesperación humana.

El beduino que me acompañó en la travesía era un encorvado hombre de piel curtida, muy curtida, con una tupida barba negra que hacía juego con el color de sus ojos. Vestía unos ligeros pantalones de pana, camisa gris plata y un chaleco negro a los que le faltaban un par de botones. Un turbante ajustado con maestría se enrollaba sobre su cabeza, dejando ver solo sus ojos y una nariz aguileña que se perdía entre el bigote y la silueta del turbante. Con una sonrisa y un forzado francés me dijo que me sentara sobre el camello, que permanecía quieto sobre la arena. Sujetándome de la montura que se ajustaba a la joroba murmuró unas palabras y el camello con un poco de dificultad se elevó y se paró sobre sus patas.

Caminando, y con una correa que se ataba al hocico de mi fiel compañero, el beduino nos guió campo abierto hacia adentro. A paso de hombre, y un poco a los saltos me fui familiarizando con el paisaje. A mi derecha y a sólo unos kilómetros un pequeño oasis de irregulares palmeras cortaba la monotonía del relieve. El viento empezaba a bufar más fuerte, como pude agarré una remera de manga larga que tenía en la mochila y me la enrollé en la cabeza. De esa manera cubrí un poco más mis ojos, aunque no podía mirar bien hacia la derecha, que es por donde el viento soplaba. Con la cámara lista empecé a sacar fotos en movimiento. Una tarea complicada por el irregular andar del camello y la constante subida y bajada por las dunas. Ya habíamos dejado atrás todo tipo de civilización y sólo nos rodeaban eternos kilómetros de arena que formaban un perfecto oleaje resplandeciente.

Luego de marchar unas tres horas finalmente llegamos al campamento donde pasaríamos la noche. Una gran tienda con una cubierta de paja y un aljibe servían como instalaciones. Otro hombre nos esperaba adentro. Respiré aliviado cuando me saludó en ingles. Necesitaba compartir todo esto con alguien y tenía varias preguntas a ser respondidas. No era un bereber y no conocía el desierto como el beduino, era un trabajo más y le gustaba la paz que le brindaba día a día estar en el desierto. Said, era un tipo bastante difícil de entrar, más cuando el beduino daba vueltas por ahí. Me costó entrar en confianza con él, sobre todo porque me mandé algunas de las cagadas que me caracterizan, como tirar agua dentro de la tienda para que las moscas no molestaran. Pero cuando supe encontrarle la vuelta fue ahí donde escuché las mejores historias. Era un pibe, no tenía más de veintiséis años pero como con casi todos los tunecinos que conocí, aparentaba algunos más.

Nunca en mi vida, pero jamás eh, estuve rodeado de tantas moscas. No es una mariconada snob de citadino, pero permanecer dentro de la carpa era insoportable, estar fuera también era intolerable, caminar, agarrar cierta velocidad tampoco servía demasiado. Traté sin conseguirlo quedarme quieto en algún lugar pero a los pocos segundos era embestido por una cantidad asombrosa de moscas. Es al día de hoy que si una miserable vuela cerca mío me produce escalofríos y ganas de estrujarla. He llegado a contar unas veinticinco en cada pie y sólo en los pies. Las peores fueron las que encontraron su lugar en el mundo en mi boca. Le pregunté a Said si tenía algún tipo de Off, ahí sí me salió el snob de adentro, pero sólo obtuve como respuesta una sarcástica carcajada. Sencillamente me dijo que me tranquilizara, que era la temporada y que las moscas iban a desaparecer cuando se haga la noche. Y así sucedió, sin antes descubrirlo pasando un veneno en aerosol que para mi sorpresa fue bastante efectivo. Las moscas desaparecieron y sólo algunas luchaban por su vida. Después logré arrebatarle el aerosol y usarlo cada vez que lo creí conveniente.

A las siete y cuarto cenamos fuera de la carpa viendo caer el sol. No tiene sentido aclarar que la puesta fue una de las más increíbles que vi en mi vida. La cena tampoco se quedó atrás. Said organizó un verdadero banquete. Mientras yo devoraba mi plato de cus-cus ellos comían lentamente, verdaderamente disfrutando de la comida y del esfuerzo que les causaba la dura jornada del Ramadan.

Le pregunté al beduino cuánto conocía del Sahara y me respondió que quince días a la redonda desde el punto de partida. Me sorprendió la manera de calcular su conocimiento, no se basaba en un sistema métrico estructurado y aburrido, en mis oídos la verdad que esos quince días se tiñeron de un tono poético. Teniendo en cuenta que para llegar al campamento tardamos tres horas, más o menos unos quince kilómetros desde donde iniciamos la travesía, se puede afirmar que su conocimiento es bastante amplio y sorprendente.

La noche se hizo presente y las moscas desaparecieron. El viento dejó de correr y todo se tranquilizó. Levantamos la mesa, tomamos un té y fumamos tabaco de manzana. Hicimos una fogata en el medio de las dunas. El cielo improvisaba un pentagrama musical sobre millones de radiantes estrellas. Intercambiamos nuevas opiniones de índole religiosa. Seguía sorprendiéndome la tranquilidad con la que defienden su Fe y sus cánones religiosos. Y lo único que me venía a la cabeza es qué estaremos haciendo mal.

Tipos como Said tienen la facilidad de no exagerar con sus argumentos. Lo que dicen lo defienden con hechos y planteos inteligentes. Es difícil separarse de lo que uno realmente piensa cuando del otro lado un tipo te describe el otro lado de la moneda. Me considero una persona que no se limita a una sola versión de la historia, sobre todo la que nos venden como la “oficial”. Trato de escucharlo todo y a partir de ahí formar una propia conclusión. La desagradable situación que estamos viviendo hoy día es gracias a una mezquina manipulación de información. Las invasiones no pueden ser justificadas de ninguna manera, sobre todo cuando se pone en riesgo la vida de un millar de niños. Caemos en inevitables generalizaciones y cada uno muere en la suya. Parece ser que todo el mundo lo sabe pero nadie se atreve a decirlo, y sólo una chispa es necesaria para desencadenar una hecatombe.

Said resultó ser un tipo agradable, cada vez que hablaba se tomaba un segundo para pensar lo que quería decir. Se expresaba lentamente y con seguridad. Solo dudaba cuando no sabia como formularlo en ingles. Me llevé un buen recuerdo de el. No sé lo que hubiera hecho sin poder charlar con alguien durante mi corta estadía.

Apagamos el fuego y volvimos a la carpa. El beduino dormía en la puerta. Las vinchucas caían del techo de paja. Una imagen del mal de Chagas recorrió por mi cabeza. Decidí dormir sobre una mesa amén si caían encima mío. La noche pasó tranquila, con la silenciosa compañía de unas ratitas del desierto que merodeaban por la cocina de la tienda. Los aullidos y ladridos de coyotes a lo lejos me mantuvieron despierto al principio pero luego logré dormirme.

Las moscas me despertaron. Era hora de usar el Raid. Me cubrí de pies a cabeza con unas mantas y logré dormir una media hora más. El beduino me despertó. Era hora de volver. Me despedí de Said y subí al camello. La caminata de vuelta resultó más placentera. No había mucho viento y paramos un par de veces a sacar unas placas más tranquilos. La foto donde aparezco sentado sobre el camello y con una remera improvisando un turbante en la cabeza la guardo en un lugar especial, muy cerca de todas esas que también han dejado una huella muy difícil de borrar.

El taxi me estaba esperando. Me dejó en la agencia que me vendió la excursión. Me di una ducha y me despedí de la gente. Tomé un louage hacia Gabés, ciudad que usé como escala para llegar a Matmata. Próxima parada.

1 comment:

Milo said...

Excelente! puede sacarse muchìsimo jugo de este relato...
Tiene mucho humor bien expresado... Tengo una vaga imagen de vos, a cara de perro, en un enfrentamiento sinsentido contra hordas de moscas molestas, gordas, feas, curiosas, que dibujan figuras a tu alrededor y vos, enturbantado con la remera solo en el medio del desierto...
Eso y ni en pesar en tu guìa, sui imposibilidad de comunicaciòn, obligàndote a enfrentar el desierto sin anestecia....
Me gustò mucho, espero que guardes màs, todo en la memoria...